Las colas cubanas en la era del COVID-19: ¿un caso de desempoderamiento ciudadano?

Se han explicado las colas en Cuba como un problema de colapso de oferta y desde el ángulo sicológico. Sin duda son factores importantes para explicar el fenómeno, pero las colas de esta crisis expresan y exacerban pobreza y desigualdad previas. Una cola es más que al acceso a un consumo básico. Sociólogos, economistas y antropólogos te lo van a decir.

La cola para comprar pollo importado en una tienda de recaudación de divisas (TRD), con precios incongruentes con el salario medio estatal, no expresa solamente una cuestión de grado de consumo. Es una deriva desde la existencia de individuos ciudadanos, con derechos no mercantiles que compensan desigualdades generadas por dinámicas de clase, etnia, género y situación laboral, hacia el individuo consumidor, poseedor de ingresos.

El segundo párrafo retirado de la nota sobre la reciente reunión del consejo de ministros -acerca de la distribución del costo del ajuste- conecta con un tema crucial: del momento actual en Cuba ¿se prioriza un enfoque comercial, de igualdad, o de equidad?, ¿Alguna combinación de ellos?

El ministro de Economía y Planificación de Cuba, Alejandro Gil, había expresado que “Se trata de garantizar la vitalidad del país, la alimentación de la población y que el impacto económico se absorba con el menor costo social posible; que distribuyamos entre todos los cubanos esta carga en función de salir adelante”.

Tiene razón el ministro cuando aborda esta cuestión, no solamente por su relevancia para el manejo inmediato de la doble crisis sanitaria y económica, sino también para la recuperación y para el posterior escenario de la economía y de la sociedad cubana.

En el plano sanitario se ha utilizado el principio igualitario tradicional de la salud pública cubana y este ha sido efectivo. No hacemos la discusión en este plano, sino en el económico.

Como parte de las medidas para gestionar el COVID-19, funciona también en Cuba la distribución igualitaria de productos subsidiados de primera necesidad, ampliada con productos adicionales no subsidiados, pero a los que se tiene acceso mediante “la libreta”. En una situación de crisis, es un enfoque razonable.

Sin embargo, ese enfoque igualitario coexiste con el comercial, que, con pocas excepciones en territorios específicos (por ejemplo, en Las Tunas), usualmente ha estado funcionando en la modalidad de “sálvese quien pueda”, creando una ostensible contradicción con el plan sanitario.

El intento de establecer un mecanismo de tiendas virtuales, concebido como un enfoque mercantil, pero sin colas, acabó siendo un sonado fracaso y tuvo que ser suspendido.

El enfoque de equidad -con medidas diferenciadas para grupos sociales distintos- es periférico, aplicándose a grupos tradicionales (niños, embarazadas, dietas médicas, “casos sociales”), a los que se han sumado los ancianos y grupos específicos de trabajadores, especialmente los trabajadores de la salud y otros que desempeñan labores esenciales en la emergencia sanitaria.

Las urgencias que la doble crisis impone, especialmente para asegurar el suministro físico de una oferta reducida de bienes de primera necesidad, en un contexto de limitaciones de movimiento y de distanciamiento social, hace casi inevitable el uso del enfoque igualitario.

No obstante, en la propia emergencia y especialmente durante la eventual recuperación económica debería priorizarse un enfoque equitativo, es decir reconocer que la desigualdad social necesita acciones diferenciadas para poder propiciar resultados con justicia social.

Sobre el tema de la distribución del costo de la crisis debería definirse claramente algo que no se ha hecho: establecer el principio de que no se trata de distribuir “parejo”, sino de manera diferenciada. Los grupos sociales en situación de desigualdad -de cualquier tipo- deben recibir más beneficios que los demás. De otra manera no se compensan las causas que originan la desigualdad.

La narrativa oficial le pasa de puntillas a dos temas cruciales de la sociedad cubana: pobreza y desigualdad y se utilizan eufemismos como “población en riesgo”. Seguramente se miden oficialmente esos dos fenómenos, pero desde hace 20 años no se divulgan datos de desigualdad.

Pobreza y la desigualdad parecen ser percibidas en Cuba como “manchas” del modelo, cuando en realidad son importantes datos de la realidad nacional que deben conocerse y usarse en el diseño de políticas.

Se necesita hacer políticas sociales en Cuba a partir de una reflexión desde la exclusión social que existe de manera concreta en la sociedad, más allá de los villancicos doctrinales sobre la planificación centralizada.

Ni la pobreza ni la desigualdad son accidentes sociales. O se entiende, o pasa cuenta.

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