Perspectivas de una devaluación monetaria en Cuba: cuando la montaña de la política no viene hacia los economistas

El colega Juan Triana ha publicado un artículo del cual interpreto dos proposiciones básicas sobre la unificación cambiaria y monetaria en Cuba. En primer lugar, que habiéndose convertido en lo “normal”, la multiplicidad monetaria y cambiaria parecería formar parte de una especie de zona relativamente confortable, desde una perspectiva política. Es decir, funcionarios, productores y consumidores habrían aprendido a gestionar las distorsiones y a minimizar los riesgos, algo que se nos aparece como una realidad inmediata y palpable. Ver, “CUP, CUC, convertidores y moneda total”, http://oncubamagazine.com/columnas/cup-cuc-convertidores-y-moneda-total/

Como contrapartida, las posibles ventajas de unificar monedas y tasas aparecen como algo teórico y, como también pudieran darse efectos negativos impredecibles, entonces el balance se ubicaría más bien en el plano de la incertidumbre, es decir un riesgo que ni siquiera puede ser cuantificado.

En segundo lugar, entiendo del artículo que Triana  considera que sería factible diseñar –desde el inicio- un esquema general monetario y cambiario que pudiera ofrecer respuestas “correctas y duraderas” a cuatro problemas: segmentación económica, frecuencia y magnitud de las devaluaciones, distorsiones de la actual sobrevaluación, e inflación.

El corolario de la primera proposición pudiera ser una preferencia por no asumir, a corto plazo, los riesgos de una modificación de lo que hoy se asume como el estado “normal” de las cosas. La secuencia que va desde una devaluación que afectaría el nivel de vida de la población (vía inflación) y que plausiblemente pudiera motivar un tipo de agitación social que no es buena para la estabilidad política ni para la seguridad nacional, es algo que puede ser percibido sin mucha dificultad.

Cuando se contrasta eso con el eventual efecto positivo que una devaluación tendría para el funcionamiento más eficiente y más eficaz de la economía, y que, consecuentemente, pudiera incrementar el bienestar ciudadano en el largo plazo, favorecer el desarrollo y con ello apoyar la estabilidad política, es evidente que resulta algo más difícil de entender, e incluso hay divergencias entre los especialistas. Pero, sobre todo, es algo que parece estar colocado en un “tiempo político” que no es el actual y por eso funciona como algo intangible que no representa una urgencia y consecuentemente no habría una justificación razonable en cuanto a asumir grandes riesgos en el corto plazo.

Dicho de manera más simple, los economistas pudieran desgañitarse explicando la racionalidad “técnica” de una unificación monetaria y cambiaria, pero probablemente esta no sería aceptada como una racionalidad “suficiente” desde el punto de vista político.

Una posible lección sería que, si la montaña de la política no viene hacia los economistas, los economistas deben ir a la montaña de la política.

Naturalmente, también existe otra posibilidad para que los argumentos “técnicos” fuesen considerados en las decisiones políticas: que los riesgos que ahora se perciben como cosa del largo plazo, tuviesen un efecto negativo –y quizás súbito- en el corto plazo, como pudiera ser el caso de una crisis en la inserción internacional del país (caída de exportaciones y reducción de importaciones), algo que pudiera tener efectos inmediatos en una contracción sustancial del bienestar ciudadano. Sin embargo, ese no parece ser un escenario inmediato, a pesar de algunas tendencias negativas recientes.

En mi modesta opinión, el aspecto central que debería ser entendido es que cuando nos referimos al largo plazo nos colocamos en el plano verdaderamente relevante para el desarrollo. Es decir, si lo que se decidiese ahora fuese seguir postergando la unificación monetaria y, sobre todo, la cambiaria y la devaluación del peso, con tal de no asumir los riesgos de corto plazo, entonces debería quedar asumido explícitamente, por quienes tomen las decisiones, que el país no se encontraría colocado en una senda de desarrollo.

No digo que sea preferible asumir esos riesgos políticos de corto plazo. Lo que expreso es que no debería existir disonancia cognitiva entre quienes tomen la decisión, pues no sería racional asumir simultáneamente dos pensamientos que estarían en abierto conflicto: mantener una moneda nacional sobrevaluada no es compatible con el desarrollo de una pequeña economía abierta.

Me queda claro que inclusive expresado de esa manera –relativamente áspera- el argumento pudiera no tener “pegada” política. Queda entonces, por el momento, la bola en el terreno de los economistas y por eso es importante favorecer un debate amplio, que no solamente involucre economistas “académicos” sino también aquellos que estén participando en la preparación de propuestas oficiales sobre el tema.

Esto último me lleva a la segunda proposición que creo identificar en el artículo de Triana: la factibilidad de un esquema general monetario y cambiario que pudiera ofrecer respuestas “correctas y duraderas”.

Si por eso se entendiese una especie de “propuesta maestra” que fuese capaz de guiar con precisión el proceso, tanto de la unificación monetaria y cambiaria, como lo que ocurriría después en cuanto al nivel de la tasa, francamente dudo mucho que tal cosa sea viable. La verdad es que no me queda claro si Triana quiso decir eso, pero, en cualquier caso, ello ofrece una oportunidad para hacer una breve consideración sobre el tipo de programa que se requiere.

Por supuesto que se necesita un programa concreto. De hecho, quienes hemos estado aportando criterios y propuestas partimos de esa premisa, pero la propia naturaleza de la tasa de cambio (resultado del funcionamiento de sistemas complejos), así como el punto de partida de la “economía real” que existe (un tejido económico “dañado” y con sus componentes deficientemente interconectados), lo que parece necesario es un programa flexible, con alta capacidad de adaptación, más que un programa que ofrezca respuestas detalladas y que pretenda tener un alto nivel de certidumbre anticipada en cuanto a su efectividad.

En ese sentido, creo que pudiera ser conveniente tratar de discutir en el futuro inmediato algunas preguntas como las siguientes:

  • ¿Debe asumirse la tasa de cambio como un precio relativo crucial, cuya variación es deseable para la economía cubana?
  • ¿Qué debería priorizarse, la estabilidad de la tasa de cambio o la existencia de un nivel que favorezca la competitividad internacional?
  • ¿Debería esperarse por una unificación cambiaria para devaluar el peso cubano, o pudieran hacerse devaluaciones (quizás sucesivas) de la tasa de cambio oficial, antes de proceder a la unificación de las tasas?
  • ¿Es el “exceso de demanda” (con altos precios) que hoy se observa en Cuba un resultado de la utilización ineficiente de los factores de producción por parte del sector estatal que gestiona la mayor parte de los activos del país?
  • Si la existencia de una contrapartida de producción nacional –y de su productividad- es importante para sostener la moneda nacional en un país cuyo gasto familiar en alimentos es desproporcionadamente elevado, ¿puede avanzarse hacia la unificación cambiaria con el enorme nivel de subutilización de la tierra agrícola que existe hoy?
  • ¿Qué tipo de modelo (o tipos de modelos) para la determinación de las tasas de cambio serían más apropiados utilizar en Cuba (paridad de poder de compra, enfoque de balance de cartera, enfoque de tasa de interés, enfoque monetario, y enfoque de balanza de pagos)?
  • ¿Es razonable asumir que una tasa unificada tendrá un valor ubicado en algún punto entre la tasa oficial 1 X1 y la tasa de CADECA? ¿Qué impide pensar que la tasa unificada sería aún más baja que la tasa de CADECA, por ejemplo, 1 USD = 30 CUP, o 1 USD = 50 CUP? (ocurrió en Vietnam, por ejemplo)

 

Son preguntas que requieren respuestas “técnicas” que ciertamente no son suficientes, pero que deberían ser discutidas antes de poder avanzar hacia una evaluación de sus posibles implicaciones políticas.

 

Resumiendo:

  • Los economistas necesitan transitar desde el actual estado del debate –principalmente enfocado en argumentos “técnicos”- hacia un análisis que incorpore otras dimensiones, principalmente la política, y para ello es necesario estimular un intercambio abierto y constructivo con especialistas en otros campos, así como con personas no especializadas, pues la política es un tema esencialmente ciudadano.
  • La naturaleza de la tasa de cambio hace recomendable pensar en un programa “abierto” para avanzar hacia la unificación de las tasas y también para el diseño del “régimen cambiario” que se adoptaría. El programa debería orientarse principalmente hacia la capacidad de adaptación de las decisiones.
  • Si bien es una falacia asociar nuestra futura prosperidad, de forma única o principal, a que tengamos una sola moneda y una sola tasa de cambio, también tendría una alta probabilidad de ser una falacia adoptar el supuesto de que el país pudiera transitar hacia el desarrollo con una multiplicidad cambiaria como la actual, anclada en una sobrevaluación oficial de la moneda nacional.

 

 

CUP, CUC, convertidores y moneda total

Dr. Juan Triana Cordoví

22 de enero de 2018

OnCuba

http://oncubamagazine.com/columnas/cup-cuc-convertidores-y-moneda-total/

Su pregunta me entró en los oídos y me hizo reconocer una realidad no imaginada antes por mí: “Profesor –me dijo– ¿cómo yo viviré ahora cuando haya una sola moneda?” Era una alumna de Pensamiento Económico Universal en la Facultad de Economía de la Universidad de La Habana. Tenía 19 años.

Fue en 2014, cuando las autoridades cubanas anunciaron el inicio de los trabajos para la erradicación de la dualidad monetaria. Han pasado más de tres años y medio desde entonces. Imagino que mi alumna ya esté graduada, imagino que su preocupación sea la misma.

Pero la pregunta de mi joven estudiante me trajo a la realidad de que existe toda una generación de cubanos, nacidos a finales de los 80 y en los 90, que han vivido su vida en dos monedas (a veces hasta en tres, si pensamos en esa otra innovación nuestra que es la “moneda total”).

Lo que para mí, mi generación y otras anteriores a la mía, es una situación anormal, es para todos ellos los nacidos después, las más normal de todas las situaciones: vivir con dos monedas, comprar con dos monedas, comer con dos monedas, pensar en dos monedas.

Es la generación de la tabla del 24, o quizás de la del 25. Han crecido entre dos monedas, han estudiado entre dos monedas, se han hecho profesionales y técnicos entre dos monedas, han sido felices y han sufrido entre esas dos monedas. Se han sentido prósperos unas veces y otras tremendamente desdichados, con o sin esas dos monedas, pero siempre entre ellas.

Por eso la primera de las falacias que a mi juicio hay que desnudar, es aquella que asocia nuestra futura prosperidad de forma directa a que tengamos una sola moneda y una sola tasa de cambio. No será así. Cuando tengamos una sola moneda y una sola tasa de cambio y un régimen cambiario adecuado, tendremos mejores condiciones para avanzar hacia esa prosperidad deseada, pero esta dependerá de otros múltiples factores que desbordan “lo monetario y cambiario”.

Cuando tengamos una sola moneda, y una sola tasa de cambio y un régimen cambiario adecuado, entonces deberemos velar por la disciplina monetaria. Es quizás uno de los asuntos más sensibles y complicados para cualquier país. En Cuba, cuando se lanzó a la circulación el CUC y luego cuando se le dio curso forzoso en las operaciones entre empresas cubanas y extranjeras, esa moneda tan criticada ahora, era “tan buena como el dólar”, pues las autoridades monetarias cubanas velaban por que no existieran más CUCs en operaciones que los que tenían respaldo real en dólares estadounidenses.

Luego todo cambió, al par de la llamada –y nunca bien realizada– desdolarización, se rompió aquella restricción sobre el CUC, y hoy tenemos dos tipos de CUC, CUC con CL (con certificado de liquidez o respaldo en dólares) y CUC sin CL, otra innovación incuestionable, que resulta una forma particular de reconocer que la tasa de 1 CUC igual a 1 dólar estadounidense, está realmente sobrepreciada, lo que obliga a pensar que el arreglo cambiario en Cuba pasa también por la necesidad de la devaluación del CUC frente al dólar estadounidense, fenómeno que ya está ocurriendo en el mercado informal donde la “tasa de cambio” se ha movido desde los 0,92 o 0,93 centavos de CUC por dólar hasta los 0,97 en las últimas semanas.

Así pues, nuestro problema no es solo que tengamos el CUC y el CUP, ambos caminando por nuestras calles; nuestro problema es que la disciplina establecida para el CUC (y también para el CUP) fue rota y la economía se “infló” con operaciones en CUCs sin respaldo real. Lo mismo ha pasado y pasa con nuestro peso cubano (CUP). El asunto, entre otros, es la disciplina monetaria. Porque, como afirma Niall Fergusson en su libro El triunfo del dinero, el dinero es confianza inscrita. Por eso mientras existió aquella disciplina, la economía en CUC cumplía con su cometido.

Hoy tenemos centenares de personas trabajando para corregir este asunto, expertos internacionales, según se ha dicho. Tendrán que encontrar respuestas correctas, y sobre todo duraderas, a problemas como los que siguen:

  1. a) Una economía dividida al menos en dos grandes sectores: el sector que opera a una tasa de conversión 24/25 CUP por dólar o CUC que desde hace ya muchos años se ha “adaptado” a la devaluación del CUP y por lo tanto costos, precios, salarios, etcétera, están “ajustados” a esa tasa. Ahí están la población cuando compra en la tienda en divisa y lógicamente el sector no estatal, que debe adquirir materias primas y paga salario a esa tasa de 24 a 1; y aquel otro sector, el estatal, que aún hoy opera con una tasa oficial con paridad 1 a 1 entre esas dos monedas, pero a la vez con múltiples “convertidores monetarios” y una moneda de cuenta , la llamada “moneda total”, que para nada puede dar señales correctas para la asignación de recursos.

¿Por qué no comenzar por el sector estatal, e intentar alcanzar una sola tasa de cambio para este, como primer paso para luego alcanzar la unificación cambiaria entre la que surja en aquel sector y la existente hoy para la población de 24/25 por CUC o dólar estadounidense?

  1. b) La magnitud de la tasa es otro gran reto. Al parecer en las experiencias de este tipo, la magnitud de la devaluación es decisiva. No sería conveniente tener que volver a devaluar luego de haber decretado una primera devaluación, pues las devaluaciones sucesivas generan incertidumbre y obligan a nuevos “ajustes”, de costos, precio, salarios y también de las “expectativas” de los agentes económicos. Sin duda, una de las principales restricciones será la “capacidad fiscal” para respaldar ese proceso.
  2. c) La necesidad de adoptar un régimen cambiario adecuado; algo que debe ser decidido antes de la unificación y garantice la convertibilidad en ambos sentidos. En especial ese régimen debe prevenir el surgimiento de nuevas distorsiones como las que padece nuestra economía hoy. Recordemos que una respuesta casi automática al déficit comercial externo es la devaluación de la moneda. Pues bien, desde 1960 la balanza comercial de Cuba es deficitaria, sin embargo, la devaluación de la moneda siempre fue algo pospuesto, hecho que puede ser explicado, pero la explicación no evita los efectos negativos sobre nuestra economía en el mediano y largo plazo que trajo el no haber devaluado.
  3. d) Asegurar la capacidad para manejar los “impulsos inflacionarios” que la devaluación debe provocar en un determinado plazo de tiempo es otro de los grandes retos. La inflación descontrolada es algo demostrado que constituye uno de los peores enemigos de cualquier economía. Afecta de forma directa el ingreso real, esto es, tanto salarios, pensiones, así como utilidades y rendimientos de la inversión y puedo provocar una retracción en el ahorro ordinario, pues si la tasa de inflación es mayor que la tasa de interés, entonces la tasa de interés real sería negativa. En Cuba, el control directo de los precios por parte del Estado ha “evitado” el incremento de precios; sin embargo, se ha pagado un alto costo en el mediano y largo plazo en términos de productividad, eficiencia y asignación eficiente de recursos.

La historia monetaria de nuestro país nos dice que “vivir con dos monedas” no es un fenómeno nuevo, pasó en las primeras décadas del siglo XX, lo que no habíamos conocido en esa época era la dualidad cambiaria.

El dinero, esa rara mercancía que comenzó siendo cualquiera que por su valor de uso fuera generalmente aceptado por todos como el equivalente preferido, ha evolucionado tanto, que luego de tomar cuerpo en el oro y la plata y otros metales preciosos, dejó ese cuerpo sólido para vestirse de papel, luego de cheques de banco y de títulos de valor de renta fija y variable. Un día apareció vestido de plástico en forma de tarjetas de débito y crédito y otras más, luego desapareció materialmente en el espacio digital y ahora se ha vestido de cryptomonedas, algo tan aparentemente alejado de la economía real, que cuesta trabajo hasta imaginarlo.

Pero a pesar de ello, todavía hoy el dinero importa y aunque quizás no sea lo más importante, el mal manejo del dinero se paga todos los días y también en el largo plazo, porque ese mal manejo lo convierte en “no fiable”. Por eso hay que comenzar a resolver esta ya muy larga historia de desentendidos.

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