El problema de la planificación en dos gráficos

Si ponemos a un lado la teorización de la planificación, lo que en última instancia nos propone el plan parece ser algo impracticable: la capacidad de prever el futuro y de llevarnos a este linealmente. Ya sé que el plan puede ser definido de muchas maneras y que se asocia con otros componentes, por ejemplo, superar la “miopía” social (“ceguera”, muchas veces) del mercado, pero el plan –de la manera en que parece entenderse en Cuba- asume que existe la posibilidad de gestionar el futuro. No solamente de gestionarlo, sino de hacerlo eficientemente. En eso, para decirlo amablemente, el record no es convincente, ni en Cuba ni en muchas otras partes.

Grafico 1

Seguramente pudiera objetarse lo anterior acudiendo a proceso históricos –como la industrialización de la URSS en la primera mitad del siglo XX y el propio cambio de la estructura económica de Cuba en la década del setenta del mismo siglo- en los cuales la gestión centralizada de las inversiones se ha asociado habitualmente a la capacidad de “moldear” el futuro. Dos observaciones son pertinentes: en primer lugar, si se adopta una visión esencial de la planificación como un proceso “balancista” (distribuir recursos), pues obviamente el Estado –no solamente el socialista- es capaz de planificar, pero eso no significa que el proceso esté orientado por una prefiguración “científica” del futuro, y mucho menos que ese futuro se “libere”, gracias a la planificación, de la multitud de factores y de contingencias que influyen en él. En segundo lugar, tampoco significa que una planificación “balancista”, aun cuando sea efectiva para lograr una meta dada (por ejemplo, industrializar), sea siempre un proceso eficiente, que se “libere” del fracaso en el largo plazo. En unos casos funcionó bien (Corea del Sur), en muchos otros casos no fue sostenible.

Con esto no estoy diciendo que la planificación socialista sea una quimera. Lo que digo es que habría que repensarla seriamente. Modestamente considero que habría que ir más lejos que lo que asumen los documentos oficiales y las propuestas de algunos colegas de la academia.

Oficialmente, se considera en Cuba que “la planificación prevé el equilibrio imprescindible entre las disponibilidades de los principales recursos y las necesidades, a tono con las metas para cada plazo” (Párrafo 221 del documento de la “actualización”, ver aquí).

La visión oficial considera que la planificación socialista es “la categoría rectora y definitoria del sistema de dirección de la economía, ampliando su contenido y alcance con énfasis en la proyección estratégica, y garantizando una interrelación coherente entre los diferentes horizontes de la planificación, es decir, el temporal y el territorial” (Prólogo al Plan de Desarrollo Nacional hasta el 2030, ver aquí).

Adicionalmente, se define el Plan como el “instrumento rector de la planificación del desarrollo que expresa las políticas, objetivos, estrategias y lineamientos generales en materia económica y social del país, concebidos de manera integral y coherente para orientar la conducción de la sociedad en su conjunto” y como “documento normativo de largo plazo, en el que se definen los propósitos, la estrategia general y las principales políticas del desarrollo nacional”. (Definición # 15 al final del documento del Plan de Desarrollo Nacional hasta el 2030, ver aquí).

Se observa que se le adjudica a la planificación la capacidad para “prever”, “proyectar” y “equilibrar”, y se le confiere al plan la capacidad de “guiar” y de proveer “coherencia”.

Colegas como Jose Luis Rodriguez y Oscar Fernández Estrada han abordado recientemente el tema del plan, específicamente en cuanto a las modificaciones que se requerirían en el contexto de la “actualización”. Ver aquí “La planificación en el socialismo: Su importancia y actualidad para nuestra economía (II)”, de Rodriguez, y aquí “Una nueva planificación para la Cuba cercana” , de  Fernández Estrada.

Rodriguez ha expresado que “Planificar la economía en el socialismo no es un ejercicio de adivinación, sino un manejo racional de la incertidumbre al hacer una predicción. Para ello hay que tomar en cuenta que la economía no es una ciencia exacta, por lo que es necesario determinar con la mayor certeza posible las condiciones de partida del fenómeno analizado y su evolución, diferenciando claramente lo deseado de lo posible, así como lo probable”.

Mi observación puntual a ese planteamiento es que, habiendo dejado claro que no se trata de un “ejercicio de adivinación”, sin embargo se insiste en que se trata de un ejercicio de “predicción”, lo cual nos lleva a la pregunta siguiente: ¿De qué manera, exactamente, pudiera considerarse que los planificadores son capaces de predecir? Aclaro aquí, que una técnica como la construcción de escenarios, que es una alternativa a tratar de “adivinar”, no tiene que ver con la predicción.

En su interesante texto, Fernández Estrada, presenta una serie de atributos que debería tener una “nueva planificación”. Llamo la atención sobre cuatro de ellos: a) utilización más intensiva de los mecanismos indirectos de planificación para poder operar en un nuevo contexto caracterizado por una mayor diversidad de agentes económicos; b) priorizar el carácter “proyectivo” de la función balancista central del plan; c) imposición del largo plazo como “horizonte determinante de la planificación”; y d) asumir un “enfoque normativo” para los planes de largo plazo.

Tengo dos observaciones sintéticas. En primer lugar, que abordar el conocimiento del contexto privilegiando un enfoque de diversidad de agentes deja fuera importantes aspectos sociales y políticos del contexto. La desigualdad social es parte del contexto porque el problema no es tanto que los agentes (prefiero llamarles actores) sean diversos, sino que son desiguales. Más importante aún, las cuestiones de poder político son el aspecto crucial de la planificación pues esta es, esencialmente, un proceso político.

En segundo lugar, la manera en que se enuncia lo “proyectivo” como algo cognoscible de antemano y el supuesto de que lo “normativo” puede funcionar en el largo plazo como un horizonte admisible para la planificación, nos devuelve a la pregunta anteriormente planteada: ¿De qué manera, exactamente, pudiera considerarse que los planificadores son capaces de predecir?, agregando, quizás, ¿De qué sirve adoptar una “norma” para el largo plazo sobre la que no existe la menor idea respecto a si sería válida a la vuelta de algunos meses?

En última instancia, esas preguntas se relacionan con algo que he abordado en las tres notas anteriores a esta, sobre la manera en que funcionan las causalidades en sistemas sociales complejos.

Sugiero un gráfico simple, sin pretensiones explicativas sino solamente ilustrativas, que pudiera representar situaciones en las que se colocarían los planificadores en función del entendimiento de la causalidad (estar razonablemente seguros sobre la eficacia de una determinada acción planificadora) y del contexto (compresión de las circunstancias sociales, políticas y económicas que sirven de marco para una determinada acción planificadora).

Grafico 2.docx

Cuadrante # 1: Si se posee un conocimiento adecuado tanto de la causalidad como del contexto, entonces los enfoques tradicionales de planificación pudieran funcionar. Por ejemplo, la planificación del inicio del curso escolar (se conoce con certeza los impactos específicos que tendrán en el aseguramiento del curso determinados recursos, y existe un contexto social y político de amplio consenso respecto a la función planificadora en la educación pública).

Cuadrante # 2: Si el contexto es incierto, o cambia muy rápidamente, pero se conocen con bastante certeza las relaciones de causalidad, entonces la clave radica en disponer de procesos agiles de retroalimentación y de instrumentos para responder rápidamente y que permitan introducir adaptaciones y correcciones. Por ejemplo, la planificación de incrementos salariales (el contexto de apoyo puede variar muy rápidamente desde una expectativa positiva hacia una negativa en caso de percepciones de desigualdad en los beneficios o de inflación, a la vez que se dispone de instrumentos conocidos para una rápida corrección: revisión de regulaciones y topes de precios).

Cuadrante # 3: Si se posee un buen conocimiento del contexto, pero existe inseguridad en cuanto a los mecanismos de causalidad, entonces habría que adoptar un enfoque “experimental” con monitoreo sistemático de impacto, correcciones frecuentes y procesos de iteración (repetición). Por ejemplo, la planificación del suministro nacional de alimentos (se conoce el contexto de apoyo popular para ese tipo de acción, pero no se conoce de antemano, con precisión, el efecto de medidas específicas sobre el incremento de la producción y de la mejoría de la distribución).

Cuadrante # 4: Es el cuadrante “incómodo” para cualquier planificador. Hay que tratar de “irse” rápido de ese cuadrante, o bien porque se encuentre una solución simple que funcione, aunque sea de forma provisional, (por ejemplo, racionar algún producto básico que de pronto entra “en falta”), o bien porque trataría de ganarse mayor conocimiento respecto al contexto (usualmente es relativamente más fácil entender el contexto que la causalidad) y entonces se pasaría a la situación del cuadrante # 3).

Concluyo con dos hipótesis, ambas polémicas:

  • Los planificadores se sienten más cómodos trabajando en los cuadrantes ubicados “por encima” del eje horizontal (Cuadrantes # 1 y # 2). Les resulta más fácil admitir incertidumbre en cuanto a “contexto” (que puede presentarse como algo “externo” al proceso de planificación), que admitir incertidumbre respecto a la “causalidad” (que es percibida -sobre todo por los políticos- como una capacidad técnica “interna” que deben poseer los planificadores).
  • La reforma de la planificación en Cuba debería enfocarse menos en tratar de encontrar claves generales de aplicabilidad transversal –menor cantidad de indicadores, más mecanismos indirectos, estructura empresarial “menos pesada”, etc.- y prestarle mayor atención a la diversidad de maneras –incluyendo formas discordantes- que pudieran necesitar las diferentes partes del sistema que desea planificarse. Un énfasis “balancista” centralizado pudiera funcionar razonablemente bien en algunas partes del sistema, mientras que en otras áreas lo más efectivo pudiera ser la experimentación y la iteración, fundamentalmente apoyadas en mecanismos de mercado y en actores no estatales. El nuevo contexto no solamente necesita una combinación de plan y de mercado sino entre distintos enfoques de planificación.

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